Quisiera que mi vida transcurra a través de un lente analógico. Quiero estar tumbada en un prado repleto de dientes de león mientras miro el cielo e imagino que mi vida podría ser diferente. Él, pintado de un celeste brillante, con algunas nubes esponjosas perfectamente distribuidas, estaría ahí de espectador ante tanta mundanidad.
Y ahí es cuando me río, y me doy cuenta que nada tiene sentido. Giro, ruedo, me revuelco sobre los pastos, aplastando algunas flores, delirando sobre el sentido de la vida. Entonces, me pregunto, cómo puede la vida tener sentido si no uso ninguno de los cinco que tengo.
Hace tanto me olvidé de sentir, con mi piel, el calor del sol del verano. Ya no recuerdo como huele mi infancia, ni cómo suena la voz de mi abuela. La comida sabe toda igual y se ve igual que el resto del resto de la imagen, monótona.
Pero todo esto no importa, ¿qué es lo que importa? Me río de nuevo, ante tanto atrevimiento de pensar estas cosas, de racionalizar, en vez de disfrutar del momento. Hay que disfrutar del momento, dejarse llevar, relajarse, ¿no?. Tengo que ser despojada, libre. ¿Por qué nadie me explicó que la libertad es tan complicada?
Me olvido de todo esto y me levanto, con la piel y la ropa húmeda de estar acostada en la tierra. Me saco todo lo material que llevo puesto. Inhalo, miro hacia arriba y dejo que el sol me acaricie con sus rayos, que atraviesen mi piel y saquen esa humedad estancada. Y empiezo a correr, a un ritmo constante, más rápido, más lento, sin saber a dónde voy. ¿A dónde voy? No sé, pero siento en mis pies ramitas de árboles secas que me pinchan cuando apoyo, el viendo que empieza a soplar más fuerte, el sol que me acompaña y el sudor que me cubre la piel. Me hundo en mis pensamientos, mientras atravieso el prado con mi cuerpo. Sigo corriendo, pensando en mi vida, y a medida que avanzo veo más colores, más flores y el sol está más cerca.
Nunca había corrido tan rápido en mi vida. Nunca me había sentido tan viva, tan radiante. Tanto tiempo pensando, analizando, olvidando mi naturaleza, mis sentidos. De pronto, el sol estaba tan cerca y brillante que acaparó todo mi campo de visión. Arriba, abajo, los costados, estaban cubiertos de una luz amarillenta, con pequeñas partículas de polvo doradas que me rodeaban en todas direcciones. Seguía corriendo, pero ya no tenía sentido, mis piernas quedaban perdidas en la inmensidad. Estaba volando o flotando, en ese mar de luz. Una inmensidad de envolvía y yo no sabía dónde estaba.
Me seguí moviendo, como me lo permitía mi cuerpo. Estaba sonriendo, anonadada, de lo que sucedía. Cerré los ojos, un momento, una lágrima recorrió mi cara. Sentí en cada poro, como se deslizaba por mis pómulos, hasta llegar a mi boca. Y sentí su sabor, salado, diluido. Me reí de nuevo. Y abrí los ojos.
Aún sentada, en mi escritorio, en mi puesto de trabajo, sonriendo y con una lágrima a punto de escaparse mi ojo, pensaba en lo mucho que me gustaría estar tumbada en un prado.