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Plog es el registro de un viaje de aventuras mentales. Una colección de ideas, pensamientos, experiementos e historias sin un hilo en común más que la misma subjetividad y experiencia de quién escribe. temas recurrentes: sci-fi, yoga, astronomía, filosofía y salud

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© 2024 Paula Licausi

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experimentos

Hackeando hábitos

Somos lo que hacemos

Hace un tiempo comencé a percatarme de manera consciente de que lo que somos, es decir cómo entendemos la realidad y nos valemos en ella, es una construcción minuciosa, un juego entre el entorno y nuestros sistemas físicos. En definitiva y mi punto, somos completamente maleables. Me refiero a lo que somos desde lo global hasta lo individual, lo que nos caracteriza a nivel humanidad, sociedad o persona. Pero, como no voy a emitir comentarios o hablar de campos que me son ajenos, me voy a limitar a opinar sobre mis procesos mentales y experiencia personal. 

Mi impulso para este tipo de reflexiones parte de buscar el bienestar personal, de poder transitar esta aventura que es la vida de la forma más amena posible. Durante varios años he probando distintas estrategias para alcanzar este objetivo, como terapias psicológicas o practicar yoga y meditación. El problema es que esto lo tomaba como actividades que me ayudarían a continuar teniendo el mismo estilo de vida pero con un cambio a nivel anímico. Esperaba que, si yo era constante en mis sesiones de terapia o en mi práctica de asanas, eventualmente me iba a sentir bien. Y acá es donde radica el problema conceptual. 

Quiero aclarar, de todas formas, que estoy totalmente de acuerdo con cualquier práctica que pueda generar aunque sea un momento de mejora en nuestra cotidianeidad. El eje acá no es desmitificar esto, sino poner en evidencia que luego de varios años de practicar estas disciplinas la mejora no aparecía. Esto también estaba sustentado con una idea que tenía de que todo surge en la mente. Por lo tanto, pensaba, si puedo cambiar mi mente, puedo cambiar mi vida y voy a estar mejor. Con el tiempo me di cuenta que es una fantasía creer que el entorno que nos rodea no nos afecta y que nuestros sentidos son ajenos a estos procesos. 

Entonces, entendí algo: somos la sumatoria de muchos factores. Entre ellos algunos que no podemos cambiar, cómo nuestros genes, el mundo en el que vivimos o cómo nos criaron. Hasta acá todo esto parece una obviedad desde lo teórico, pero ¿cuántas veces nos detenemos a centrarnos por un momento en que gran parte de lo que somos es modificable? Es muy difícil ponerse en el lugar de observadora de mi individualidad dentro del seno de la cultura y la sociedad, que nos van condicionando con sus propias lógicas. 

Todo lo que nos conforma y nos ha conformado es el resultado del procesamiento de la información que obtenemos a partir de nuestros sentidos del mundo que es exterior a nuestro ser. Lo que quiero decir con esto es que nos vamos configurando día a día, momento a momento, con lo que hacemos y a lo que nos exponemos. Estoy convencida de que no somos producto de una mente inamovible e inmutable. Todo lo que hacemos nos va moldeando, desde lo que comemos, lo que pensamos, con quien nos relacionamos o los hábitos que tenemos. 

Por eso, hoy día pienso que la terapia sola no alcanza. O la práctica de posturas de yoga. O el running. O dejar los carbohidratos. O lo que hayamos pensado que iba a darnos una solución mágica a nuestros problemas. Ayuda, sí. Pero tenemos que convivir con este cuerpo-mente todo el tiempo, no una hora dos veces por semana. Hay que construir una fórmula que se adapte a nuestro ser y naturaleza interna. Y eso es tan único como nuestra existencia. La única persona que puede determinar eso, es una misma.

Entonces, empecé mi búsqueda personal y personalizada. Partió como una iniciativa para bajar mis niveles de ansiedad y ataques de pánico y terminó siendo un ejercicio de autoconocimiento e introspección. Entre las cosas que experimenté, quiero destacar y hablar de dos: no utilizar mi celular por siete días y trackear por varios meses mi estado de ánimo. 

7 días sin celular

No hace falta tener un brazo biónico para ser un cyborg. Lo somos desde el momento que parte de nuestra identidad de conforma desde y como parte de un apartado tecnológico. No es una elección individual, el mundo que nos rodea es tanto analógico como virtual. Incluso, podría arriesgarme a decir que algunas cosas existen únicamente en la virtualidad, como cierto tipos de servicios o empresas o influencers virtuales. La construcción de nuestra realidad está ligada intrínsecamente al mundo digital y pensar que se puede escapar de ello es poco realista. 

Esto quiere decir, que haber pasado una semana sin utilizar mi teléfono inteligente no me exime de haber estado sin tecnología o fuera del mundo virtual. Es simplemente la no utilización del aparato, parece poco pero en este contexto no usar smartphone es prácticmante un acto de resistencia.  Mis pautas para esos días fueron: 

  • No utilizar el celular para ningún propósito más que el de alarma.
  • No revisar redes sociales asociadas al celular como Instagram o WhatsApp. 
  • Permití el uso de la computadora para fines académicos y de entretenimiento (YouTube y Netflix).

Para hacer esto, metí el celular en un cajón un miércoles y no lo toqué hasta el siguiente. En parte no me costó mucho porque estaba sin trabajo y disfrutando el verano en Kotor. Pasé mis días escribiendo mi tesina de grado, pintando con acuarelas, yendo a tomar mates a la playa y practicando yoga. 

Ahora bien, ¿qué pasó esa semana? Resumiendo rápidamente, mis niveles de atención se incrementaron y mis niveles de ansiedad disminuyeron. Con el pasar del tiempo se hizo cada vez más difícil no utilizar el teléfono ya que lo necesitaba para ver la hora, encontrar alguna ubicación o contactar personas y todo esto, indirectamente, me generó cierta incomodidad. 

Los primeros días tuve que resistir el impulso de chequear el teléfono a cada rato para ver las notificaciones o la hora o simplemente ver la pantalla. Como este gesto es un hábito, al cabo de un tiempo, simplemente desapareció. Al dejar de hacerlo, simplemente dejé de sentir la necesidad. Esto me hizo reflexionar sobre qué es lo que espero ver cuándo veo el teléfono, ¿las notificaciones? ¿mensajes urgentes? ¿problemas que puedo prevenir? ¿noticias importantes? ¿chismes?

Así me motivé a investigar sobre el comportamiento y el uso de dispositivos. Y algo de todo ello que me gustaría recopilar es el sistema de gratificación/recompensa mediante el que funcionan las redes sociales, que son de lo más consumido hoy en día a través de la pantalla:

“Las redes sociales en realidad ‘reconectan’ nuestro cerebro de tal manera que esperamos una gratificación instantánea. En otras palabras, cuando recibimos una notificación, mensaje, me gusta o compartimos, esperamos placer/recompensa rápido y a corto plazo porque el cerebro producirá un ‘golpe de dopamina.’” (Fuente)

Para entender un poco más, la dopamina es un neurotransmisor que activa un mecanismo cerebral que se llama circuito de recompensa que hace que tendamos una y otra vez a repetir comportamientos y consumos en busca delplacer. El placer es entendido en este contexto como las sensaciones que aparecen de manera espontánea y solo motivadas por agentes externos (Fuente).

Todo esto lo había leído unos años atrás en el libro “Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato” de Jaron Lanier. Un libro que recopila toda esta información y explica cómo las redes sociales nos modifican la conducta y cómo al dejarlas básicamente recuperaríamos la capacidad de pensar sin ser monitoreado e influenciado por grandes corporaciones.

Y sinceramente opino que tiene mucha razón. Pero también hay que ser realistas y aceptar nuestras posibilidades y a qué estamos dispuestos a renunciar. Eliminar las redes sociales hoy día implicaría eliminarse de una parte de la sociedad y estar fuera implica, además, militar por ello y resistirse en muchos aspectos. Hay que saber elegir las luchas, por el momento esta no es la mía. Pero sí creo que hay que ser consciente de todo esto y reducir el impacto lo más que podamos.

La conclusión de todo este lío sobre dopamina, recompensas, placer y redes sociales es que el uso de esta tecnología no es algo arbitrario. No es un simple chequeo de Instagram o un simple mensaje de WhatsApp. Es la reiterada predisposición a hacerlo y no poder parar de hacerlo. Todo esto tiene implicaciones psicológicas y fisiológicas, que sustentan mi argumento inicial: somos lo que hacemos. Si pasamos gran parte de nuestro día nadando en reels y twits, con la mente dispersa y sin un enfoque mayor a diez segundos por contenido, le estamos enseñando a nuestra mente que así se tiene que comportar y que esa es la normalidad. 

Los últimos días de mi experimento fueron los días más tranquilos e introspectivos que tuve en mucho tiempo. Si bien soy una persona que piensa y reflexiona mucho (a veces, demasiado), esos días mi mente estuvo mucho más apaciguada y clara. Al no tener el estímulo de la extensión de mi mano con información disponible constantemente, me pude enfocar más en mi entorno y en lo que me rodeaba. Por lo tanto, en mis tiempos libres realmente descansé: llenar huecos libres con más estimulación de pantalla no es descansar. En cambio, pude apreciar lo que me rodeaba con otro brillo. 

Otro aspecto que noté fue mi autoestima. En general, soy una persona segura y tengo bien en claro quién soy, pero hasta ese momento no me había percatado de lo fácil que era la toma de ciertas decisiones o de apuestas a proyectos personales sin la comparación constante del mundo ilusorio que generan las redes. 

Al final, diría que me sentí en paz. Sin notificaciones, sin dependencia tecnológica, sin mensajes y ni contenido accesorio sólo por justificar el uso del aparato. Pero todo esto también fue un juego, en muchas ocasiones le tuve que pedir a mi pareja que chequeé si la actividad que queríamos hacer era posible, que se comunique con la inmobiliaria para pagar el alquier o que me diga la hora. El mundo ya no es analógico y lo virtual corresponde a otra dimensión, vivimos en un mundo híbrido y hay que aprender a convivir con ello. 

Por eso hay que establecer ciertas pautas y entender con cierto criticismo la tecnología y el uso que le damos. 

Y hablando de sobre información, Internet está llena de tips y consejos sobre qué es lo mejor o lo peor que podés hacer en todos los ámbitos de tu vida. Básicamente, pareciera que perdimos el poder de decisión y auto escucha de nuestro propio cuerpo. Es importante, encontrar la fórmula que nos sirva individualmente. No hay que dejar de leer e inviestigar, pero siempre sin dejar de experimentar en primera persona y sacar conclusiones de la propia experiencia. 

Por eso, en mi caso, desarrollé algunos lineamientos que me guían y me sirven a mí puntualmente para reducir el impacto del teléfono celular y redes sociales en mi estado anímico y conducta. Los dejo expresados a continuación como meras ideas: 

  • Primero, hacer auto crítica. Hacerme cargo que mis decisiones diarias me impactan en mi vida y mis proyectos. 
  • No agarrar el celular como primer impulso al despertarme. Voy a estar todo el día conectada, tiempo de ver pantallas me sobra. Así que primero me levanto, desayuno, me preparo para el día, etc. Y cuando ya estoy por ponerme a trabajar, ahí miro mi teléfono. 
  • Tener tiempo de desconexión del celular por la noche. Intento no utilizar el teléfono 1 o 2 horas antes de dormir. Me ayuda a dormir más rápido y mejor. 
  • Tener tiempos y lugares off de los dispositivos electrónicos: si me junto con alguien o si tengo que trabajar decido dejar el celular en otra habitación o en mi casa si no es necesario. 
  • Limitar el uso de redes sociales. Uso la opción del teléfono del límite de tiempo, en general me cuesta seguirlo pero al menos está ahí recordándome de mi consumo. 
  • Evaluar el contenido que consumo. Si bien la cantidad importa, la calidad también. Evito seguir cuentas o personas que compartan contenido negativo o de mala calidad. Soy muy fiel en pensar que lo que veo en redes sociales es el alimento de mi psiquis. 

Mood tracker

En esta parte voy a ser muy concisa, creé un Google Sheet para trackear mis hábitos y ver qué impacto tenía eso en mis niveles de ansiedad. Si seguía mi premisa inicial, necesitaba entender mejor mi comportamiento y ver qué o cómo lo podía modificar para mejorar.

Básicamente, lo que hice fue añadir las variables que consideraba que podían afectar mi estado anímico y luego correlacionarlas entre sí. Había 3 tipos de mediciones:

  1. Númericas: como horas de sueño, nivel de estrés y humor. 
  2. Sí/No: si realicé o no determinadas actividades durante el día. 
  3. Selectores y comentarios: en el caso de menstruación, fue un parametro que decidí añadir luego porque lo considero valioso en este análisis. Comentarios es un espacio para añadir alguna cuestión extra ordinaria que podría haber sucedido en ese día. 

Hice este ejercicio durante varios meses. Apenas me conectaba a la computadora ingresaba a mi planilla y completaba los datos del día anterior. Esto me sirvió para entender qué hábitos o factores me influye más que otros y de qué forma. 

Quizás el análisis no fue tan cuantitativo en cuanto a resultados como esperaba, pero ya el hecho de haber prestado más atención y en detalle a mi conducta me ayudó a crear una nueva consciencia sobre mis decisiones y la vida que estoy construyendo. 

Conclusiones

Hoy en día puedo decir que me conozco un poco más. Pero no en un sentido emocional o profundo. En general, esperamos cavar y cavar dentro de nuestro ser para encontrar las respuestas que necesitamos pero muchas veces esas respuestas son preguntas que están en la superficie. La parte que ahora conozco un poco mejor de mí es mi relación con mi realidad, con mi entorno, con mi contexto. Entiendo mejor cómo mi ser y todo lo que incluye eso, se vincula con todo lo que no soy yo. 

Estos pequeños experimentos me ayudan a pararme desde afuera, como una observadora, de mi propia existencia. Entendiendo que todo es modificable y maleable, y que lo que soy hoy no es lo mismo que lo que fui ayer ni lo que voy a ser mañana. Incluso, después de escribir esto, ya soy otra persona.