Camino, sintiendo mí respiración, cómo choca húmeda y caliente en mí cara. Miro para arriba y veo, entre los árboles, un brillo que se asoma tímidamente como lo hacen mis ojos de mí bufanda.

Una brisa fresca, después de tantos días húmedos, me golpea la cara, el cuerpo y me renueva la esperanza de que no todos los días van a ser malos.

Y, sigo viendo, entre las copas de los árboles, ese rayo de sol que me sigue. Que me mira, me acompaña.

Me pregunto si así se sienten los creyentes ante Dios ¿Puede el Sol ser el mío? No sé si en verdad me mira, pero yo lo miro a él. Y me siento acompañada, aunque camine sola. Me siento esperanzada, aunque haya habido días húmedos.

Y sigue a mí lado, después de haber visto tantas veces mis ojos diluviar.

Y sigue a mí lado, esperando a que yo lo vea, entre el agua de mí mirada, y le de la oportunidad de secarme las lágrimas.

Y sigue a mí lado, y ahora, no puedo hacer más que preguntarme si de esto se trata creer.