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Plog es el registro de un viaje de aventuras mentales. Una colección de ideas, pensamientos, experiementos e historias sin un hilo en común más que la misma subjetividad y experiencia de quién escribe. temas recurrentes: sci-fi, yoga, astronomía, filosofía y salud

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© 2024 Paula Licausi

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Mapa nómade

Esta no es una oda al trabajo remoto ni mucho menos una romantización a trabajar desde cualquier parte del mundo. Es una parte de mi recorrido, mi aventura, mi historia. Me gustaría compartir desde la sensibilidad de la subjetividad, mi experiencia, sin recomendaciones ni sugerencias. 

La renuncia

Viajar es renunciar. Es aceptar que no elegimos más un lugar para estar en otro. Es un movimiento constante. Mientras más viajamos más renunciamos. Muy distinto es hacer turismo o tomarnos vacaciones, ahí no hay renuncia, hay una pausa explícita de nuestra cotidianidad que sabemos que tiene fecha límite. Todo se queda ahí, esperando nuestro regreso. Pero cuando viajamos, dejamos ir. 

Es renunciar a una casa con comodidades, a vínculos cercanos de carne y hueso, a una rutina estable, a un pequeño estilo de vida adaptado perfectamente a nuestras necesidades. Es verdad, sin embargo, que se puede conseguir todo esto mientras viajamos, pero implica una renegociación constante con el entorno y el lugar en el que estamos. Y, por otro lado, si pretendemos tener todo eso mientras viajamos, negando la realidad natural del espacio que transitamos, ¿estamos realmente viajando o estamos trasladando nuestra vida a otro lugar geográfico?

Viajar, desde mi perspectiva, no es únicamente moverse físicamente. Es desintegrarse y, en el trayecto, ir reintegrándose con nuevas piezas. Como si en nuestra renuncia, nos resquebrajaramos y entre las grietas se metieran migajas de otras culturas, otros lugares, otras costumbres, otras comidas y otros climas.

Renunciar es aceptar que dejamos nuestra vida atrás. Sin promesa de volver, liberando todo lo que nos ata. Con esto, no niego la posibilidad de regresar o de mantener contacto con nuestro país de origen, sino que hablo del vínculo tácito que se genera al estar lejos físicamente. Muchas veces esa lejanía de miles de kilómetros no se refleja en nuestro estado mental y es ahí, quizás, donde se pierde el disfrute y la experiencia total del viaje. Esto no es una veneración al desapego, sino un incentivo a escuchar nuestra voz interna y lo que realmente deseamos. 

Y, a veces, nos cansamos. Viajar es agotador, es desgastante. A veces, esa voz nos dice que tomemos un avión de regreso y nos metamos en nuestra cama a mirar Star Trek y tomar mate con facturas (puntualmente tortas negras) sin pensar en cuál es el próximo AirBnb que hay que pagar o dónde conseguir leche de avena en el barrio que estoy. Y eso está bien, es parte de viajar. El viaje es la vida misma. 

De igual manera, hay que ser un verdadero profesional del viajerismo para hacerlo bien y convertirlo en un estilo de vida viable y a largo plazo. No es mi caso, al menos por ahora, pero voy aprendiendo a prueba y error.    

El viaje

Desde que empecé mi carrera universitaria estuve esperando con ansias el momento de recibirme para emprender un viaje por alguna parte del mundo sin pasaje de vuelta. Spoiler alert: aún no me recibí. Me cansé de esperar que un papel determine el rumbo de mi vida así que un día sin pensarlo mucho, junto con mi pareja, compramos un pasaje de ida a Madrid. 

Nos pasamos el 2022 viajando y visitando distintos rincones europeos mientras trabajabamos con nuestras laptops. En resumidas cuentas, pasamos entre una semana y un mes por ciudad durante casi un año. Fue tanto extenuante como hermoso. 

Las primeras impresiones que tuve fueron de fascinación total. Todo y cada rincón que encontraba me asombraba, quería tomar fotos a todo, probar todas las comidas, ir a todos los museos. Esperaba la hora de terminar de trabajar para salir del departamento a embarcarme en una aventura y llenarme de estímulos de esos nuevos lugares. 

Eventualmente, en todo ese movimiento, apareció la rutina. Llegó el momento en que salir, recorrer y conocer una ciudad era la rutina. Alquilar el hospedaje, comprar pasajes de tren y ver dónde probar la comida local era la rutina. Estar sola (o con mi pareja en mi caso) era la rutina. No tener hobbies o actividades con amigas era la rutina. A veces soñaba con volver a mi ciudad natal simplemente para tomar clases presenciales de algo o para juntarme con la misma persona más de tres veces. 

 La rutina no es algo malo per se, a menos que no nos guste esa rutina puntual que llevamos. Puede ser nuestro estabilizador en este mundo caótico y sobreestimulado. Incluso creo que la no-rutina es una rutina más: todas y cada una de las personas de este mundo tiene una estructura interna que las mueve, y esa es su rutina. La parte difícil es saber encontrar cuál es la que mejor nos hace sentir en cada momento. 

Por eso no romantizo el trabajo remoto y el viajar. No son vacaciones constantes. De por sí, son conceptos contradictorios. Las vacaciones son momentos temporales (con mucho énfasis) en que suspendemos nuestras actividades cotidianas como trabajo, estudio, etc. con el fin de descansar. Cuando vivimos así y lo convertimos en una rutina, seguimos trabajando, seguimos produciendo, seguimos anclados a una estructura que se mantiene en el tiempo. El ritmo vacacional es insostenible a largo plazo, ¿no? 

Requiere mucha disciplina y autoconocimiento vivir así. Hay que saber estar sola o compartir mucho tiempo con la misma persona. Hablando así y en restrospectiva, es muy fácil ver como algo obvio que tanto movimiento iba a ser cansador. La moraleja de la historia es que hay que saber cuándo y dónde parar. Pero para eso, hay que tener práctica.

El mapa

Algo que he aprendido mientras viajaba es que muchos lugares que son recomendados en blogs, posts, reels, etc. son prácticamente imposible de acceder por la cantidad de gente que va a ellos. Llegó un momento que decidí dejar de basar mi experiencia en lo que leía de otras personas, que si bien ayuda un montón (y doy gracias), empecé mi propia búsqueda basada en mi intuición (que no siempre sale bien, pero me da historias para contar). Sin ánimos de incitar a nadie a que siga mis recomendaciones o ideas, cree un mapa o más bien un ayuda memoria de los lugares que fui y que me gustaron y que no son los mejores de, pero sí fueron parte de mi recorrido y tienen su propia historia. 

El mapa en cuestión no tiene el fin de ser una biblia para nadie, ni siquiera para mí. Es un registro de lo vivido. Una forma de darle vida a ciertos momentos transitados y habitados en determinados espacios. 

Link al mapa 🚀

La conclusión

Viajar es muchas cosas, pero el sentido lo pone cada quien. Para mí es todo esto, pero no es un dogma, quizás mañana cambie de opinión. Al final, este es un post más, en un sitio web, en el vasto océano virtual que es Internet.

Lo que sí recomiendo, es que vos también lo hagas.

Sumergite en dónde estés, apaga el celular y caminá, metete en el bar que menos te guste, pedí un café horrible y después contaselo a alguien en la calle. 

Entrá a los museos y no saques fotos, mirá todo, para luego no acordarte de nada, pero que sí quede en tu memoria que estuviste ahí. 

No le hagas caso a nadie, no mires Google Maps, perdete entre las calles de la ciudad que estés hasta que tu cuerpo esté exhausto y luego sentate en el banco más cercano a contemplar la existencia y agradecer por esa oportunidad. 

Y por último, escribilo todo, o grabate, o pintalo, o mandale audios a tu mamá, o simplemente apela a tu memoria. Dale vida propia a tu experiencia, que es única.