Sentado sobre el desayunador Astroberto se quedó unos segundo inmóvil, quizás era por el sueño. Eran las ocho de la mañana pero había dormido lo suficiente como para estar descansado, el médico le recomendaba dormir entre seis y ocho horas, nada raro, nada que cualquier otro médico no diría. Pero Astroberto se sentía cansado como si no hubiera dormido en toda la noche, quizás era por las pesadillas que estuvo teniendo. Hacía ya una semana que sus infames sueños lo venían torturando, siempre era lo mismo: una señora de la edad de su madre en el momento de fallecer lo tomaba de la mano y lo incitaba a saltar a un precipicio y en medio de la caída el despertaba. Pero no podía estar cansado por eso porque esa mañana en particular se sentía cansado y las pesadillas eran insistentes. Se sirvió una taza de café para poder despertar, tenía que apurarse porque iba a llegar tarde. El café no hizo efecto instantáneo, pero al minuto comenzó a sentir como su cerebro se activaba aunque no duró mucho, fueron tan sólo unos momentos hasta que se encontró dormido boca abajo en el desayunador. Hizo lo mismo de siempre, luego del café tomó el diario para mantenerse al tanto, comenzó a leer una noticia de una joven que mataba al novio por no devolverle un dinero que le había prestado para quién sabe qué, luego leyó algo de economía y como no entendía mucho pasó a la parte de turismo, su sección favorita. Siempre había querido hacer un viaje pero no sabía como organizarlo, ni con quién ir, sus amigos estaban todos casados y aburridos que preferían quedarse con sus mujeres, no como Astroberto que dedicaba sus noche deleitándose con series de tv. Tampoco podía ir con su familia, su único pariente vivo era un primo, Astor creía que era el nombre o Nestor, pero en fin, no había mucha relación. Se resignó ante la idea de viajar, ni siquiera sabía los continentes, jamás lograría salir de su pueblo y menos con su profesión de asistente del jefe. Cerró el diario y quedo del lado de la contratapa sobre la mesa, había un crucigrama que lo estaba seduciendo. Leyó la primera consigna pero no la entendió y pasó a la siguiente y así. No pudo responder ni una pregunta y se sintió mal. No iba a viajar, no entendía de economía y no sabía resolver un crucigrama. Odiaba los diarios. Los odiaba porque le hacían creer a las personas como él que eran unos inútiles y Astroberto no se sentía, corrección, no era un inútil. Él sabía atender el teléfono como nadie, recordaba todos los recados y preparaba el mejor café que su culto, viajante y explorador del mundo jefe conocía, pero él era un ignorante por no comprender esas miles de letritas pequeñas y aburridas que abundaban sobre un papel grueso, oscuro y espeso. Astroberto López, no tenía un trabajo mejor y por ende no podía viajar porque no sabía leer un diario. Astroberto se quedó dormido y no fue a trabajar esa mañana.